miércoles, 30 de noviembre de 2011

La cultura y arte en el Virreinato (Los Santos en el Virreinato)

1. LOS SANTOS EN EL VIRREINATO:
Santa Rosa nació en Lima el 30 de abril de 1586, y fue bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva . Sus padres fueron el soldado español Gaspar Flores y la costurera huanuqueña María de Oliva.
A los tres meses de nacida su madre comenzó a llamarle Rosa al verla tan hermosa como una flor. Desde pequeña sintió una fuerte vocación religiosa, por lo que oraba y ayunaba con mucha frecuencia.
A los diez años se trasladó con su familia al pueblo que Quives, en la sierra de Lima, y allí recibió el sacramento de la confirmación de Santo Toribio de Mogrovejo.
  A los 15 años regresó a Lima y a los 20 se incorporó como Terciaria del Convento de Santo Domingo. Fue muy devota de Santa Catalina de Siena, y así como ella mortificaba su cuerpo con rudos castigos y estrictas penitencias. Así acompañaba la pasión de Cristo y el sufrimiento de los indígenas del Virreinato del Perú. En su casa del barrio de Malambo ayudaba en la economía familiar hilando y bordando hermosas prendas para su venta. Su madre la llamaba "linda costurera". Siempre trabajaba haciendo cantos y alabanzas para Dios, la Virgen María y el Niño Jesús. También acudía a los hospitales de la ciudad para atender a muchas pacientes aliviando sus penurias. Incluso convenció a sus padres para cuidar a los enfermos en un ambiente de su propia casa.
A la edad de 31 años falleció en su ciudad natal. Al parecer fue por una tuberculosis. Era el año 1617, y una multitud de limeños le rindió homenaje. En 1671 el Papa Clemente X la canonizó como Santa Rosa de Santa María, Patrona de las Américas y las islas Filipinas.

 
San Francisco Solano

. Nació el 10 de marzo de 1549 en Montilla (Córdoba). Sus padres eran gente de buena posición. A los veinte años de edad decide vestir el hábito franciscano atraído por la pobreza y la vida tan sacrificada de estos religiosos.
Hace su profesión religiosa el 25 de abril de 1570 y es ordenado sacerdote en 1576. Tiene gran afición por la música, la que cultivó toda su vida. Por ello es nombrado en el convento sevillano de Nuestra Señora de Loreto, vicario de coro, es decir, encargado de dirigir el rezo y los cantos del oficio divino. Era amante de la austeridad y la pobreza. Hay que mencionar que el primer anhelo del santo al abrazar la vida religiosa era la de ser mártir. Solicitó sin éxito ser destinado a Berbería (nombre genérico con que se designa el conjunto de países del noroeste de África: Trípoli, Túnez, Argelia y Marruecos, todos ellos poblados por bereberes), para morir en el intento de evangelizar a los africanos. En vista a la negativa de sus superiores, se fija otra meta: venir a América. De regreso en Montilla (su ciudad natal) a raíz de la muerte de su padre y para visitar a su madre enferma y casi ciega, realizó varias curaciones inexplicables que dieron comienzo a su fama como milagrero. En América por la cantidad de prodigios y milagros que realizaría se le llegó a llamar “el Taumaturgo del nuevo mundo”.
Llega a Lima en 1590 y por veinte años recorrió el continente americano predicando el Evangelio especialmente a los indios. Su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie con grandes peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y sin ninguna comodidad. Tan sólo con la confianza puesta en Dios y movido por el deseo de salvar almas. Se enfrenta a las tribus guerreras de aquellas zonas con solo el crucifijo en la mano y después de predicarles la buena nueva logra que todos le empiecen a escuchar primero y a pedir el bautismo después. El Padre Solano tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Así alegraba a sus oyentes con su música y sus canciones.
. Posteriormente sus superiores lo nombran Guardián del Convento de la Recolección que acababa de fundarse en Lima (conocido por nosotros como el convento de los Descalzos), cargo que aceptó por obediencia ya que se consideraba incapaz para ejercer el gobierno. Daba consejos sabios y prudentes y cuando tenía que reprender a alguno de sus frailes lo hacía con gran caridad. Sus penitencias y su gran espíritu de oración no le impedían ser alegre. Solano fue conocido como el santo de la alegría. En 1601 fue elegido Secretario y acompañante del superior provincial. Pero su frágil estado de salud hizo que en menos de un año dejara el cargo y fuera destinado a la ciudad de Trujillo.
En 1604 volvió a Lima al convento de los Descalzos, donde viviría hasta su muerte. A pesar de estar delicado de salud, continúa con sus penitencias y pasaba noches enteras en oración. Visitaba de continuo a los enfermos y salía a las calles con su cruz en la mano a predicar. Ese año, 1604, pronuncia un célebre sermón en las calles de Lima que conmueve a la ciudad e impulsa a muchos al arrepentimiento y la conversión. En octubre de 1609 un gran terremoto sacude la ciudad de Lima. Las iglesias se llenaron de gentes. Solano salió a predicar y a consolar a las personas.
En 1610 su salud estaba muy venida a menos debido a su vida de penitencia, sus trabajos y privaciones. Por ello Fray Solano pasó a vivir a la enfermería del convento. Postrado y gravemente enfermo del estómago, apenas podía salir a visitar a los enfermos y a predicar, aunque procuraba siempre estar con los demás frailes en el refectorio. Muere el 14 de julio de ese año. Su cuerpo era poco más que un esqueleto humano. Se había consumido totalmente por Cristo y los hermanos, haciendo vida la enseñanza de San Pablo: “Con gusto me gastaré y me desgastaré para que Cristo sea más amado y conocido”.Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo, hasta los más humildes. Fue beatificado por el Papa Clemente X en 1675 y canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1726. 

Santo Toribio de Mogrovejo, II Arzobispo de Lima y Patrono del Episcopado Latinoamericano (1538 – 1606).

Toribio nació en Mayorga, España en 1538. Estudió Derecho en las Universidades de Coimbra y Salamanca. El Rey Felipe II lo nombró juez principal de la Inquisición en Granada. Al quedar vacante la Sede Arzobispal de Lima, el Rey decidió enviarlo como Arzobispo a la ciudad de los reyes. El Papa Gregorio XIII lo nombró Arzobispo de Lima como sucesor del Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza. Después de recibir las sagradas órdenes, ya que al momento de su elección Toribio era laico, el Santo Arzobispo de Lima parte para el Perú y desembarca en el puerto de Paita al atardecer del 11 de marzo de 1581. Desde ahí comenzó a dar los primeros pasos que lo llevarían en 25 años de episcopado a recorrer un total aproximado de 40,000 kilómetros, llevando la luz y el calor del Evangelio por todo el Perú.
Pero además era Lima una Arquidiócesis de suma importancia en lo eclesiástico, pues tenía como diócesis sufragáneas la vecina de Cusco, las de Panamá y Nicaragua, Popayán (Colombia), La Plata o Charcas (Bolivia y Uruguay), Santiago y La Imperial, después trasladada a Concepción (Chile), Río de la Plata o Asunción (Paraguay) y Tucumán (Argentina). Es decir, casi toda Sudamérica y parte de Centroamérica quedaba presidida por este hombre de Dios.
Santo Toribio recorrió toda su extensa Arquidiócesis. A las visitas pastorales dedicó 14 de sus 25 años de episcopado. La primera visita le tomó 7 años (1584-1590); la segunda 5 años (1593-1597), y la tercera 2 años (1605-1606). Será en ésta última donde el Señor le llamará a su Reino para darle el premio que tiene reservado a sus mejores servidores. Resulta asombroso lo que Santo Toribio pasó recorriendo aquellas inmensas distancias en sus visitas pastorales, sorteando peligros, fatigas, hambre, frío, y muchas otras situaciones Este hombre, de buena salud, pero de constitución física no demasiado fuerte, que hasta los 43 años lleva una vida sedentaria y que a esa edad inicia 25 años de vida pastoral intensa, la mayor parte de ella de camino, viviendo en chozas o a la intemperie, alimentándose muchas veces con sólo pan y agua o con lo que los indios le comparten desde su pobreza, soportando la inclemencia del tiempo, es una demostración patente de que el hombre lleno del amor de Dios y con el corazón inflamado de celo por la misión evangelizadora es capaz de todo, “y es que para Dios no hay nada imposible”, no conociendo lo que era el descanso y mucho menos las vacaciones.
Apóstol de la Confirmación, administró este sacramento a cerca de 800,000 personas e hizo más de 500,000 de bautismos. Entre aquellos a quienes confirmó estuvieron nada menos que Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.
Él mismo escribe al papa Clemente VIII acerca de sus visitas pastorales: “Después que vine de España a este Arzobispado de los Reyes, por el año de ochenta y uno, he visitado por mi persona y estando legítimamente impedido por mis Visitadores, muchas y diversas veces el Distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir, y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente…y andando y caminando más de cinco mil y doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos, y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo de todos 
 .
Sin embargo, Toribio no descuida para nada su vida espiritual, consciente de que el apostolado no es otra cosa sino sobreabundancia de amor y que la oración es el secreto de la fecundidad de un apóstol y misionero. Impresiona leer a los biógrafos del Santo Arzobispo de Lima cuando describen su horario cotidiano de vida espiritual: “Se levantaba a las seis de la mañana, sin que a vestirle y calzarle asistiesen mozos o ministros de cámara porque su honestidad no se sujetó jamás a estilos de palacio, ni circunstancias de grandeza. Decía sus devociones primero, y después en su humilde aposento, rezaba las Horas canónicas. Satisfecha esta obligación, bajaba por camino reservado de la casa arzobispal a la Catedral, donde celebraba la Misa, con tanta devoción y ternura, como pide aquel divino misterio. Acabado el santo sacrificio discurría por todo el templo y sacristía, haciendo de rodillas oración en cada uno de sus altares (…) Hechas estas piadosas visitas se volvía alegre a su palacio, sin permitir que ningún ministro de la Iglesia le acompañase, y entrando en su oratorio, puesto de rodillas, empleaba dos horas en oración mental (…) En anocheciendo, se recogía a su oratorio, donde hasta las ocho, se suspendía en contemplaciones celestiales de la divina bondad. Después salía fuera, y junto con sus capellanes rezaba con atenta y devota pausa y reverencia, a coros, los Maitines. En acabando el oficio se iba a cenar, y abreviando su cena con una ligera colación de pan y agua, volvía a su cuarto, en el cual, decía el oficio parvo de Nuestra Señora, el de los Difuntos y otras devociones particulares”. 
Para la evangelización de los indios impulsó el conocimiento de las lenguas nativas por parte de los misioneros. El mismo Santo Toribio, estudió el quechua y a poco de llegar al Perú, lo usaba para predicar a los indios y tratar con ellos. Siendo tantas las lenguas y dialectos existentes, solía llevar intérpretes para hacerse entender en sus innumerables visitas. Con todo, en su proceso de beatificación se dio testimonio que en algunos casos tuvo el don de lenguas en forma milagrosa.
Al arribar al Perú, descubre que la acción evangelizadora de la Iglesia atravesaba un momento de seria crisis. La disposiciones de su predecesor el Arzobispo Jerónimo Loayza y de los dos Concilios de Lima no eran tomadas en cuenta. Asimismo la catequesis y la doctrina necesitaban adecuarse mejor a una pastoral indígena más sólida. Por ello y con la ayuda del Padre José de Acosta, organiza el III Concilio Limense (1582-1583) obra maestra de legislación eclesial de Santo Toribio, aunque realiza en total trece sínodos arquidiocesanos y tres concilios provinciales. El III Concilio Limense, establece las bases de la evangelización de América Latina.

Entre sus disposiciones y frutos más notables están los siguientes:
1. La defensa y el cuidado de los indios, para protegerlos de cualquier abuso o explotación y promoverlos humanamente. Este cuidado incluía además una labor de educación social: “que los indios sean instruidos en vivir políticamente”, Para ello el III Concilio Límense planteó el establecimiento de las doctrinas-parroquias. En cuanto a los sacerdotes que tenían el cuidado de los indios se les recuerda que “son pastores y no carniceros, y que como hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana”.
2. La obligación del uso de la lengua indígena en la catequesis y la predicación.
3. El Catecismo trilingüe (en castellano, quechua y aymara), conocido como el Catecismo de Santo Toribio, con el cual se logró unificar el adoctrinamiento de los indios en casi toda América Latina. El Concilio ordena a todos los sacerdotes,  sin lugar a dudas el Catecismo es el fruto más valioso de este Concilio.
4. Las Visitas Pastorales. Estas son urgidas con gran firmeza como deber canónico, con el fin de que Pastor conozca a sus ovejas y éste sea conocido por ellas (ver Jn 10, 14). 
5. La Dignificación del Clero, su adecuada formación doctrinal y pastoral para una conveniente evangelización y vida de santidad sacerdotal.
6. La Liturgia, que ha de celebrarse con gran esplendor y ceremonia, pues “esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo Dios con las ceremonias exteriores y aparato del culto divino”.
7. Los Seminarios. El Concilio impulsa la creación de Seminarios siguiendo las disposiciones de Trento, cuidando la elección y la formación de los candidatos al sacerdocio.
8. El Número de Sacerdotes. El II Concilio Límense había denunciado el hecho que muchas veces un sacerdote tiene a su cargo a innumerables indios y establece que debe haber un sacerdote por cada 1,300 almas de confesión. En una de sus cartas al Rey, Santo Toribio le informa “como negocio de mucha consideración y digno de ser llorado con lágrimas de sangre”, el caso de una parroquia de 5,000 almas de confesión, con cuatro anexos que está a cargo de un solo sacerdote.
A los 68 años Santo Toribio cayó enfermo en Pacasmayo (norte de Lima). Murió en Zaña el 23 de marzo de 1606. Y luego de recibir la Unción de los enfermos, en Jueves Santo, día de su muerte, pide al prior agustino que tañese el arpa y rezó: “A ti, Señor, me acojo…En tus manos encomiendo mi espíritu”. El “protector de los indígenas”, fue un infatigable misionero y organizador de la Iglesia en nuestras tierras. Santo Toribio fue beatificado por el Papa Inocencio IX en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726. 














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